La sospecha, la incomprensión y el silencio reinan en Ripoll un año después de los atentados jihadistas en Cataluña

La vida después de los atentados del año pasado es una tarea difícil para una población de 10,600 habitantes donde todos se conocen. Una pancarta que dice «Condenamos la violencia» cuelga en la fachada de la escuela donde los supuestos jihadistas estudiaron, el único rastro visible de lo que sucedió el verano pasado. Ubicada al pie de la cordillera de los Pirineos, Ripoll era hasta el año pasado conocida principalmente por su hermoso monasterio benedictino.

Pero todo eso cambió cuando se convirtió en el centro de atención de los medios nacionales e internacionales después de que surgiera la célula que estaba detrás de los ataques en Barcelona y la ciudad costera de Cambrils el 17 y 18 de agosto de 2017. Durante meses, un grupo de amigos, entre ellos cuatro pares de hermanos, fueron cautivados por el imán de una mezquita de Ripoll que los convenció de planear los ataques a gran escala.

Pero cuando una casa abandonada donde estaban preparando explosivos explotó accidentalmente el 16 de agosto, se vieron obligados a improvisar. Así que fue uno de ellos quien atentó con una furgoneta en Las Ramblas de Barcelona, ​​mientras que otros condujeron un automóvil hacia el paseo marítimo de Cambrils, a 120 kilómetros al sur de la capital catalana. Ocho de ellos murieron, seis fueron asesinados por la policía y otros dos murieron en la explosión, incluido el imán.

Después de meses eclipsados ​​por el independentismo catalán el otoño pasado, los recuerdos están reapareciendo ahora que se aproxima el primer aniversario de los ataques, y un juez permite que parte de la investigación se haga pública. La semana pasada, los medios estuvieron llenos de fotos de jóvenes que preparaban explosivos o sonreían mientras intentaban usar chalecos antibalas, y videos donde bromeaban sobre el daño que causarían.

Y en Ripoll volvió la pregunta persistente: ¿cómo podían cambiar tanto unos jóvenes de entre 17 y 28 años, que crecieron en el pueblo, con amigos que no eran musulmanes, que pertenecen a clubes deportivos, que trabajan y hablan catalán con fluidez? La investigación señala que el imán Abdelbaki Es Satty, que tenía antecedentes penales por tráfico de drogas en España, fue quien envalentonó a los jóvenes.

Esta radicalización pasó desapercibida, incluso por sus amigos y familiares más cercanos, dice el portavoz de la policía regional Albert Oliva. Y estar integrado en la sociedad no significa necesariamente nada, agrega. El ayuntamiento ha implementado un plan para tratar de evitar las actitudes xenófobas y lograr que los 1.100 extranjeros participen en actividades municipales para una mayor integración social.

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